martes, 24 de noviembre de 2009

¿Un caimán emplumado? ¿Pero ya no teníamos uno barbudo? Estas pudieran ser preguntas de asombro ante un hecho más que paradójico. Casi nadie hace una asociación espontánea entre un reptil inerte, armado de escamas gruesas, y algo tan leve como plumas. Todavía imaginar barbas en su mentón resulta fácil, ayudan para eso los emblemáticos gesto y gesta libertadores de nuestros barbudos en la Sierra Maestra. Pero, ¿un caimán cubierto de plumas? A primera vista resulta hasta gracioso, sin embargo, estamos frente a un simbolismo que a los cubanos, en esta tierra, en este instante, nos concierne profundamente.
Que un reptil se cubra de plumas es, por otra parte, un suceso nada nuevo. Desde hace mucho, tanto la ciencia como la mística se han puesto de acuerdo acerca de esta posibilidad. Los científicos conocen que durante las metamorfosis que sufrieron los grandes reptiles, cambiaron gradualmente sus escamas por plumas y aminoraron su tamaño para poder surcar el cielo: así surgieron las aves en el panorama evolutivo. Para las místicas de la mayoría de las antiguas culturas la transformación de un reptil en ave era el simbolismo más hermoso y preciso de la transmutación que debe operarse en el humano para llegar a serlo plenamente. Las escamas que se hacen plumas o el reptil del que surgen alas son la descripción de un proceso en el cual un individuo o colectividad se compromete a expandir su conciencia más allá de las limitantes físicas y psicológicas, hasta completar el “genoma divino” del ser humano. Es en este punto que se revela la esencia energética, plumescente de la realidad y de nosotros mismos, habitualmente vedada por la escamosidad
sensorial de la existencia cotidiana, desligada de lo trascendente y volcada a la satisfacción de nuestros deseos y aspiraciones reptantes: esas que nos mantienen pegados a la gravedad terrena de un día a día lleno de preocupaciones y miedos, vicios, necesidades falsas y el egoísmo de no reconocernos juntos frente a la evolución y la muerte.

domingo, 22 de noviembre de 2009

El Fuego Nuevo como práctica de un nuevo paradigma

Hace ya dos años realizamos en Cuba una variante de la ceremonia del Fuego Nuevo, sumándonos al entonces primer llamado para retomarla. El Fuego Nuevo fue una institución emblemática de la cultura mesoamericana prehispánica. Luego de aquella experiencia en el año 2007, en dos ocasiones hemos sido testigos y partícipes de dos ediciones de dicha ceremonia en México.
He aquí algunas ideas sobre su posible valor para nuestro entorno cotidiano en las sociedades actuales en su condición de alternativa al modelo hegemónico neoliberal y como forma de rescate actualizado de una antigua práctica asumida en sus fundamentos y no en sus formas externas.
Lo que le da ese valor de alternativa a la cosmovisión mesoamericana frente a la cultura en que vivimos, marcada por la aniquilación de cualquier idea de trascendencia, era su visión de la evolución entendida como salto de conciencia, como aspiración a romper el velo de la materialidad del mundo terrenal y alcanzar el universo intangible. Quetzalcoátl, la serpiente emplumada, es el arquetipo civilizatorio que atraviesa toda la historia mesoamericana; el arquetipo del hombre que se transforma en dios.

Apuntes sobre la celebracion del Fuego Nuevo en Cuba


Hace ya dos años, el 19 de noviembre del 2007, en La Madriguera, realizamos a la cubana una versión de un acontecimiento que entonces reeditaba un rito que se erigió en una de las más importantes instituciones de la Mesoamérica prehispánica durante al menos 3000 años de historia. Lo más notable del acontecimiento entonces, era la significación identitaria de rescatar una práctica olvidada durante 500 años y que implica no una mera repetición ritualista, sino la apropiación de una cosmogonía con valor de alternativa frente a la globalización neoliberal.
Durante tres días, el Colectivo Nuestra América, con la complicidad de amigos y colectivos  afines sumamos a la ceremonia misma varias actividades de carácter informativo y de debate, con la intención de reunir un grupo de personas en torno a una idea central: la renovación personal y social, no solo para dejar el espacio y la estructura en la cual esta renovación pudiera ocurrir, sino también para reflexionar en torno a las aplicaciones de esta noción a la Cuba de entonces, para nada diferente a la Cuba de ahora mismo. Algunas presentaciones (Hilda Landrove: El Fuego Nuevo como expresión de la cosmovisión mesoamericana y Carlos Díaz Caballero: Los Calendarios mesoamericanos como imagen del cielo), así como la proyección y debate del documental El Secreto de los Incas: La lucha contra el tiempo estuvieron orientadas a contextualizar la ceremonia de acuerdo a sus fundamentos calendáricos y a la cosmovisión que le dio origen. otras ponencias trataron el tema de la renovación simbólica desde diversas aristas: desde la óptica de la antropología cultural (Símbolos: Generación, Degeneración y Regeneración, a cargo de Rubén Lombida), desde la visión del anarquismo y otras prácticas libertarias (La destrucción de símbolos como práctica creativa en la tradición anarquista, a cargo de Mario Castillo) y desde la metafísica o la experiencia de los caminos de realización espiritual (La dimensión espiritual de las capacidades simbólicas humanas, a cargo de Gustavo “Ganesha”).