¿Un caimán emplumado? ¿Pero ya no teníamos uno barbudo? Estas pudieran ser preguntas de asombro ante un hecho más que paradójico. Casi nadie hace una asociación espontánea entre un reptil inerte, armado de escamas gruesas, y algo tan leve como plumas. Todavía imaginar barbas en su mentón resulta fácil, ayudan para eso los emblemáticos gesto y gesta libertadores de nuestros barbudos en la Sierra Maestra. Pero, ¿un caimán cubierto de plumas? A primera vista resulta hasta gracioso, sin embargo, estamos frente a un simbolismo que a los cubanos, en esta tierra, en este instante, nos concierne profundamente.
Que un reptil se cubra de plumas es, por otra parte, un suceso nada nuevo. Desde hace mucho, tanto la ciencia como la mística se han puesto de acuerdo acerca de esta posibilidad. Los científicos conocen que durante las metamorfosis que sufrieron los grandes reptiles, cambiaron gradualmente sus escamas por plumas y aminoraron su tamaño para poder surcar el cielo: así surgieron las aves en el panorama evolutivo. Para las místicas de la mayoría de las antiguas culturas la transformación de un reptil en ave era el simbolismo más hermoso y preciso de la transmutación que debe operarse en el humano para llegar a serlo plenamente. Las escamas que se hacen plumas o el reptil del que surgen alas son la descripción de un proceso en el cual un individuo o colectividad se compromete a expandir su conciencia más allá de las limitantes físicas y psicológicas, hasta completar el “genoma divino” del ser humano. Es en este punto que se revela la esencia energética, plumescente de la realidad y de nosotros mismos, habitualmente vedada por la escamosidad sensorial de la existencia cotidiana, desligada de lo trascendente y volcada a la satisfacción de nuestros deseos y aspiraciones reptantes: esas que nos mantienen pegados a la gravedad terrena de un día a día lleno de preocupaciones y miedos, vicios, necesidades falsas y el egoísmo de no reconocernos juntos frente a la evolución y la muerte.
Que un reptil se cubra de plumas es, por otra parte, un suceso nada nuevo. Desde hace mucho, tanto la ciencia como la mística se han puesto de acuerdo acerca de esta posibilidad. Los científicos conocen que durante las metamorfosis que sufrieron los grandes reptiles, cambiaron gradualmente sus escamas por plumas y aminoraron su tamaño para poder surcar el cielo: así surgieron las aves en el panorama evolutivo. Para las místicas de la mayoría de las antiguas culturas la transformación de un reptil en ave era el simbolismo más hermoso y preciso de la transmutación que debe operarse en el humano para llegar a serlo plenamente. Las escamas que se hacen plumas o el reptil del que surgen alas son la descripción de un proceso en el cual un individuo o colectividad se compromete a expandir su conciencia más allá de las limitantes físicas y psicológicas, hasta completar el “genoma divino” del ser humano. Es en este punto que se revela la esencia energética, plumescente de la realidad y de nosotros mismos, habitualmente vedada por la escamosidad sensorial de la existencia cotidiana, desligada de lo trascendente y volcada a la satisfacción de nuestros deseos y aspiraciones reptantes: esas que nos mantienen pegados a la gravedad terrena de un día a día lleno de preocupaciones y miedos, vicios, necesidades falsas y el egoísmo de no reconocernos juntos frente a la evolución y la muerte.