domingo, 22 de noviembre de 2009

Apuntes sobre la celebracion del Fuego Nuevo en Cuba


Hace ya dos años, el 19 de noviembre del 2007, en La Madriguera, realizamos a la cubana una versión de un acontecimiento que entonces reeditaba un rito que se erigió en una de las más importantes instituciones de la Mesoamérica prehispánica durante al menos 3000 años de historia. Lo más notable del acontecimiento entonces, era la significación identitaria de rescatar una práctica olvidada durante 500 años y que implica no una mera repetición ritualista, sino la apropiación de una cosmogonía con valor de alternativa frente a la globalización neoliberal.
Durante tres días, el Colectivo Nuestra América, con la complicidad de amigos y colectivos  afines sumamos a la ceremonia misma varias actividades de carácter informativo y de debate, con la intención de reunir un grupo de personas en torno a una idea central: la renovación personal y social, no solo para dejar el espacio y la estructura en la cual esta renovación pudiera ocurrir, sino también para reflexionar en torno a las aplicaciones de esta noción a la Cuba de entonces, para nada diferente a la Cuba de ahora mismo. Algunas presentaciones (Hilda Landrove: El Fuego Nuevo como expresión de la cosmovisión mesoamericana y Carlos Díaz Caballero: Los Calendarios mesoamericanos como imagen del cielo), así como la proyección y debate del documental El Secreto de los Incas: La lucha contra el tiempo estuvieron orientadas a contextualizar la ceremonia de acuerdo a sus fundamentos calendáricos y a la cosmovisión que le dio origen. otras ponencias trataron el tema de la renovación simbólica desde diversas aristas: desde la óptica de la antropología cultural (Símbolos: Generación, Degeneración y Regeneración, a cargo de Rubén Lombida), desde la visión del anarquismo y otras prácticas libertarias (La destrucción de símbolos como práctica creativa en la tradición anarquista, a cargo de Mario Castillo) y desde la metafísica o la experiencia de los caminos de realización espiritual (La dimensión espiritual de las capacidades simbólicas humanas, a cargo de Gustavo “Ganesha”).
Otras actividades fueron un diálogo sobre el significado de la trascendencia para cada uno de los participantes, la presentación de la práctica Kinam, un método de ejercicios psicofísicos basados en la estructura cosmogónica tolteca, y al finalizar una meditación colectiva. Todo ello tuvo lugar antes del encendido del Fuego ritual, que se realizó como está previsto a las 12 de la noche del 19 de noviembre, en el momento justo en que las Pléyades alcanzan el cenit del cielo nocturno.  Una vez allí, varias voces se sumaron a la intención que nos reunió: peticiones a favor de la transformación y la salud de Cuba, quema de objetos que representaban etapas, sentimientos y en general experiencias que querían dejarse para enfrentar otras, poemas rituales sobre el poder creador de la destrucción, música, canciones, fuegos. La velada transcurrió de manera más informal en un ambiente de comunión, de hermandad, que se mantuvo luego con un grupo de personas más reducido que cuidaron el fuego hasta el amanecer, momento en el que nuevamente reunidos alrededor de la hoguera cerramos ceremonialmente un ciclo de vida y dimos comienzo a una nueva etapa para todos. La posibilidad de habernos reunido allí, con el pretexto (en el sentido más puro de la palabra) de la renovación personal y social, al amparo del todavía entonces protector embrujo de la Madriguera, con la ayuda de la Asociación Hermanos Saíz, la disposición y voluntad de cooperación, solidaridad y comunión de por una parte organizaciones autónomas de la capital como OMNI y la Cátedra Haydeé Santamaría, y por otra los amigos Aryán y Nani, Sinecio Verdecia, Ganesha,  Meple y otros tantos, que fueron llamados por la y oportunidad de compartir ese rato y que velaron toda la madrugada el Fuego, es algo que hay que agradecer y que queda como testimonio de la posibilidad de unirnos en un esfuerzo común para un bien superior al alcance y el esfuerzo de cada uno en sus senderos individuales y de la posibilidad de repensar y reconstruir nuestra realidad, algo que ahora mismo es más que un derecho un deber ineludible e impostergable.
Dos años después de aquella experiencia, por segunda vez hemos asistido al Fuego Nuevo, tal y como se celebra en México. Lo cierto es que no se parece en mucho a lo que hicimos en aquella jornada, porque siendo una ceremonia emblemática  de la cultura mesoamericana y para muchos en particular, de la cultura azteca, se desarrolla en medio de muchas contradicciones marcadas por características que afortunadamente aún no sufrimos en Cuba en la medida que lo hace el resto del mundo, pero para las cuales con seguridad debemos prepararnos porque llegarán sin falta, seguras y aplastantes. En las dos ocasiones (noviembres de 2008 y 2009) atestiguamos por una parte la mentalidad Nueva Era, que sustituye experiencias reales por palabras vacías, con su discurso del amor universal y el respeto a las diferencias, mientras en realidad dejan fuera y combaten todo aquello que no se exprese en sus propios términos, y por otra la defensa de la "tradición", un extraño híbrido resultante del adoctrinamiento católico con visos de rescate cultural, y que en realidad se convierte en una fuerza de oposición cuando defiende antes que el cambio, la evolución y la adaptación al contexto, la repetición ritualista y teatral de “puestas en escena” heredadas, más que de la cosmovisión prehispánica, de la tradición religiosa cristiana que impregna toda la vida del país.
Para el próximo noviembre del 2010, el Fuego Nuevo se realizará nuevamente en Cuba. Tendrá otros retos. En Cuba no hay una mal llamada “tradición” que acapare el significado de una práctica así. Gracias a ello podemos “reinventarla”, siempre cuidando de no tergiversar sus fundamentos. Más allá de eso, podemos impulsar la idea y la práctica de la renovación social como herramienta de combate en las condiciones de Cuba hoy, como una manera de luchar contra el bloqueo interno, contra las limitaciones de una política centralizadora y excluyente que limita la posibilidad de expresión, de realización de valores y principios diferentes de aquellos establecidos y como una manera de luchar a favor de la realización de las plenas facultades humanas, en su realidad íntima y en su manifestación social.
¿Cuáles símbolos, de esos que conocemos y con los que convivimos día a día, podrían ser cambiados? ¿Cuáles pueden ser creados que resuman el ánimo de los involucrados en la transformación de la sociedad cubana y que nos convoquen, impulsen y conduzcan a continuar luchando? Y aun más importante, ¿qué nivel de compromiso tendremos con esa renovación imprescindible que debe ocurrir dentro de cada uno de nosotros para poder enfrentar con limpieza y coherencia la tarea que nuestro tiempo y nuestra  realidad reclaman de nosotros?
El Fuego Nuevo quiere conservar su intención de ser parte de una red mayor, uno más de los gestos de libertad y responsabilidad que se protagonizan hoy en Cuba. Ser, entre ellos, un espacio de silencio y de humildad, para todos  los que se sientan llamados a compartirlo.
autor: Hilda Landrove

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